Por Alexis Cares, Director Altorque
Los grandes amores pasan por nuestras vidas y se convierten en tales fundamentalmente por el sello único que los define… Eres tan distinta a todas, dice una vieja balada romántica del chileno Pablo Herrera. Bueno, me dieron ganas de cantarle algo así a la nueva BMW R18 que por fin cayó en nuestras manos, mis manos, para luego horadar la piel y meterse en lo profundo, tanto que no la olvidaré.
Tuve la fortuna de conocerla en el Salón de Milán de 2019 y desde entonces, desde aquella admirada y aplaudida quietud, se vino incubando el deseo que finalmente hice realidad en pleno invierno de 2021 y durante seis días.
Se trata de una obra de arte, pero poderosa a la hora de conducirla y buscar entre las notas de su motor, el más grande que haya hecho la casa alemana en su vasta historia como constructor. Hablamos de un bóxer bicilíndrico de 1.800 centímetros cúbicos, claro que sí, una “mil ochocientos”, justo cuando la mayoría de los vehículos comienzan a replegar el tamaño de sus propulsores y que gracias a la turbo alimentación han dado con esta fórmula de “más pequeño, pero más eficiente y más potente”. Bueno, acá no hay mucho de tal premisa. Acá hay magnificencia, desborde artístico, vanguardia tecnológica, pero en XXXL… Es bajita y su asiento se ubica a menos de 70 centímetros del suelo, pero no es para brazos inexpertos. Su peso es de 345 kilos y la potencia de 91 caballos quizás no le ponga los pelos de punta a nadie, pero cuando atendemos al par motor de 158 Nm, cuya fuerza de empuje se encuentra a los 3.000 rpm, la cosa cambia…
Es una tromba, pero de un escalamiento progresivo, de un sonido que marca presencia. Su saludo, apenas la enciendes mediante un botón porque la llave va siempre en tu bolsillo, es como un movimiento telúrico, de verdad, igual a esos temblores que cuando comienzan uno exclama o piensa “oye, esto se viene fuerte”…
Más que hecha, yo diría que fue inmortalizada desde su concepción, es una pieza de arte, centímetro a centímetro. Antes de salir a provocar a los clásicos hacedores de estas custom como Harley-Davidson o Indian, BMW sólo debió posar la mirada en su propia historia y comprender que la belleza de la R51 de la década del treinta, merecía un homenaje de este porte, de este talante.
Su mejor cancha es la carretera libre, la versión que gocé no tiene protección contra el viento, pero su apabullante entrega y la docilidad con que a la vez deja ser llevada, invita a que le perdonemos todo. En la ciudad, claro, mejor ir con parsimonia, ya que su anchura no permite atreverse por vericuetos entre automóviles. Lo demás es vivirla, entenderla, ser su cómplice y seguir admirándola aun cuando ya se haya detenido por completo. BMW Motorrrad hizo mucho más que una moto potente y distinta. Volvió a hacer historia.